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por Carlos Berrueta

A nadie escapa que estamos viviendo momentos difíciles, las preocupaciones a nivel mundial nos van blindando y hasta en alguna medida esta pandemia nos va haciendo más duros e insensibles viendo la situación que vive nuestro planeta, estamos inmersos dentro de un aislamiento que si bien por un lado nos distancia del mundo exterior, por el otro nos torna permeables a la nostalgia y la añoranza, al recuerdo de los momentos vividos e imprevistamente en un momento la vida el destino nos asesta un golpe que hace tambalear nuestro equilibrio emocional con una bofetada del destino que nos marca y nos indica que no nos ha endurecido la pandemia y emocionalmente somos tan o más permeables que antes.

Así sucedió este fin de semana en que todos estábamos viviendo una jornada especial, un «Día del Padre» con hijos ausentes y padres en soledad, así cuando el día se desvanecía en un gris atardecer recibí una noticia que hizo tambalear mi equilibrio emocional y por un momento sentí un desgarrón en mi corazón. La noticia indicaba que había perdido a mi amigo Mario Raúl López Martínez.

Nos conocimos allá por el año 1974, el llegaba a mi pueblo con su flamante diploma de ingeniero industrial comenzando una etapa de capacitación en Molinería y de inmediato surgió una empatía muy particular con su persona, su trato amable, su don de gente, su corrección y capacidad para explicar , para hacer fácil y entendible lo difícil, a poco nos dimos cuenta que estábamos ante alguien con gran capacidad y ductilidad técnica envidiable y comenzamos a disfrutar de sus disertaciones en las Reuniones Técnicas Anuales que enriquecían nuestra biblioteca de conocimientos técnicos en molinería junto a otro grande como fue don Hugo Sierra, con quien formaba una dupla que se complementaba magníficamente. Así al frente de un equipo de trabajo lograban allá por la década del 80 la modificación y reforma de aquel monstruo que era Dique III, (Rio de la Plata), con sus 104 bancos de cilindros y un edificio de mas de una cuadra de largo, transformándolo en un molino ágil y de sencillo manejo. Incontables fueron los logros, que jamás hicieron perder su humildad, reconociendo siempre que todo era fruto del trabajo en equipo y no de caprichosas decisiones individuales.

Con el tiempo el destino separó nuestros caminos, pasando a desempeñarse al frente del Dto. de Ingeniería de Molino Argentino donde también tuvo logros significativos como fue el traslado del molino de la zona de Pza. Constitución a la localidad de Open Door, trabajo realizado con una precisión y organización digna de una operación quirúrgica de alta complejidad.
Realmente estábamos ante un grande, uno de esos seres privilegiados que el destino tocó con su «varita mágica» para dejar marcada una senda, una trayectoria importante, que él siempre se ocupó por mantener dentro de un bajo perfil, tal como suelen hacerlo los grandes, los elegidos.
Te vamos a extrañar Querido «Gallego» con tu sonrisa imborrable y tu hermosa forma de ser, seguro que tenías mucho por dar todavía, pero el destino quiso privarnos de tu amistad, de tu abrazo fraterno y te envío a un sitial junto a los grandes que engrandecieron nuestra profesión.

Descansa en Paz querido Amigo.

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