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Fiel a mi hobby de conocer desde lo mas profundo de sus entrañas la intimidad de los Molinos Harineros primitivos, este setiembre puse proa hacia la provincia de San Juan, mas precisamente al centro norte de la misma donde se halla emplazada la ciudad San José de Jáchal, quinta ciudad en importancia por su población en la provincia, (21.700 habitantes), ubicada en la parte central del departamento del mismo nombre. Emplazada en la margen norte del rio Jáchal, (Rio de las arboledas, según la lengua nativa), fundada en el 1751, separada por una distancia de 153 kilómetros de la ciudad capital de San Juan. Jáchal es un sitio que tiene una rica tradición en molinos de piedra, varios de ellos gracias a la vocación histórica y conservacionista de la autoridades del medio se hallan funcionando como museos tendientes a mostrarlos, muy bien conservados y restaurados, como atracción turística del noroeste cuyano.

Al preguntarse cuál fue el motivo de haber funcionado tantos molinos en la zona, evidentemente tiene ello relación fundamental con la fertilidad del valle de Jáchal que se destaca como un vergel en el centro de una zona dominada por una geografía semi desértica con escasa vegetación y serranías predominantes, con una escasa precipitación anual, emplazada en una zona sísmica que fue azotada por distintos temblores, tales como el de 1861, el devastador terremoto que azotó la provincia en 1944, y mas recientemente el que tuvo como epicentro a la vecina Caucete en 1977, que dejó a mas de 40.000 personas sin hogar.

La ciudad tiene un aspecto netamente colonial con angostas veredas, pronunciados desniveles, acequias y desagües prominentes, casas bajas, muchas con paredes de adobe, donde se destaca una modernizada plaza central, de lustrosos veredones, conocida como Plaza San Martin, donde se halla un monumento en homenaje a don Francisco Narciso Laprida, representado por una escultura de Lola Mora que lo muestra en su juventud. Emplazado en una de las esquinas de la plaza se encuentra el santuario de San José, habilitado en 1785, cuyo edificio actual fuera inaugurado en setiembre de 1878, y que fuera declarado Monumento Histórico Nacional por la tradición evangelizadora que representa en Cuyo, justamente el 8 de setiembre, coincidente con nuestra visita cumplió 140 años. Como nota de color en un sector de la plaza se halla «El monumento a la Cacerola», con una inscripción que reza «Funcionario… la Cacerola vigila», construido con una campana de freno de camión, conmemora la resistencia y protesta del pueblo en el año 2002, que culminó con la renuncia del intendente municipal Abdón Tañez luego de 58 días de incansable e ininterrumpida protesta.

Luego de esta sucinta reseña con las principales características del apacible San José de Jáchal vamos a adentrarnos en el misterio de los molinos jachaleros, tan cargados de historia y hasta con un halo de misterio, dada su proliferación en la zona, ya que según un artículo, que gentilmente me alcanzó el dueño de un restaurant, me entero que llegó a haber por mediados del 1800 mas de diecisiete molinos en la zona.

Así bien temprano en la mañana del día posterior a la llegada, con la cámara fotográfica presta a documentar lo «por ver», emprendimos la recorrida que según las indicaciones debía orientarse hacia las afueras de la ciudad, en lo que podríamos llamar la zona de chacras y quintas, en una zona cercana al cementerio sobre la margen del rio contraria a donde está emplazada la ciudad, así preguntando, una solicita señora nos indicó: «Pasando el cementerio hay un camino que tanto hacia la derecha como a la izquierda lo llevan a Los Molinos», mas adelante pudimos corroborarlo con algunos carteles indicadores.

Transitando por un angosto camino vecinal, en primera instancia hacia la izquierda, bordeado por arboledas y a su vera algunas casas de adobe, con el clásico horno de barro en el patio, llegamos a lo que sin dudas era un molino, pero el mismo se hallaba cerrado y con toda su estructura bastante deteriorada, falta de puesta en valor, ese primer molino era «El molino Santa Teresa o de Sardiña», que por algunas inscripciones en letras pintadas en color verde, bajo una galería de encaladas paredes, hacía suponer que no hacía mucho tiempo que había cerrado sus puertas, (según datos de la zona dejo de operar en el 2002), pude observar entre la maleza sobre uno de los costados de la edificación de adobe, paralelo a la calle, lo que en su momento fue el canal por donde ingresaba el agua hacia la zona de la rueda hidráulica que con su energía hacia marchar el molino.

El serpenteante camino continúa su curso, hasta que luego de un pequeño recodo aparece «El Molino del Alto o de Garcia», que fuera erigido en ese lugar en el año 1876, sin dudas una verdadera joya por la importancia de su instalacion, su tamaño y el entorno circundante, allí nos recibe un solicito guía de la Secretaria de Turismo que rápidamente ayudado por un diagrama, que se hallaba sobre una de las paredes del recinto de entrada al molino, comienza con las explicaciones pertinentes, detrás del local de entrada se ve una edificación sin techo con ménsulas, ejes y poleas de transmisión sobre una de sus paredes, un yunque, una piedra de afilar y un banco de carpintero, es lo poco que queda de lo que fuera la herrería y carpintería con que contaba el molino. Me resulta familiar y sencillo de interpretar el diagrama demostrativo de la instalacion, un primer cuadro, comenzando por la derecha se indica la parte de «Recepcion» del trigo, el del centro indica la parte correspondiente a la «Limpieza», mientras que por ultimo hacia la izquierda está representada la parte de «Molienda y Cernido».

Al girar la vista hacia la izquierda de la edificación, a lo que sería la instalacion del molino propiamente dicho, me doy cuenta que estoy ante una instalacion mucho mas completa y hasta si se quiere sofisticada, respecto de los anteriores molinos que he conocido en el noroeste del país en Catamarca y La Rioja, por caso los molinos de Belén y el de don Juan Nievas en Campanas, aquellos eran mucho mas pequeños, simples, rústicos y sencillos que el que ahora tenía ante mis ojos. Aquellos eran solo un juego de piedras, de color moro, talladas en una sola pieza y de un diámetro del orden de los setenta centímetros, la móvil montada sobre un eje vertical, (tronco de madera recto), una pequeña tolva sobre ella alimentaba el trigo y en la parte inferior del eje tenia conformado el «rodete» con palas o alabes de madera, tal una turbina tipo Pelton por su posición de eje vertical.

Aquí era todo mucho mas tecnificado, en primer lugar existía un sistema de recepción, el trigo recibido en bolsas se descargaba de los carros y chatas a mano a una tolva a nivel de piso, de allí por un pequeño orificio, con una válvula de regulación, llamada «piquera», pasa a un elevador a cangilones que lo eleva a tres tolvas emplazadas en la parte superior del edificio, de anchas paredes de adobe y techo de cañas, pasando de esas tolvas de recibo a la etapa de limpieza, para lo cual, indica el joven guía, tenían «La Eureka», no pregunto de que se trata porque observo una pequeña zaranda oscilante y a su descarga un separador de partículas livianas con un ventilador de palas de madera y una «Cámara de aire» donde decantan y se separan las partículas livianas, en seguida vino a mi mente una limpiadora «Millerator» que estaba instalada en la limpieza de uno de los molinos en que trabajé. El trigo ya limpiado, era elevado por otra noria a las tolvas de premolienda, mientras que los residuos eran mandados al exterior del edificio, un detalle llamativo, el joven guía nos comenta que lo residuos livianos se utilizaban, ademas de como alimento para anímales, para adicionar al barro destinado a revocar las paredes, cosa que pude comprobar observando la composición de los recubrimientos de las mismas.

Si bien estimo que en el siglo pasado, en este tipo de molinos, no era común acondicionar el trigo humectándolo, alcanzo a ver en la parte superior de la descarga de la noria una herrumbrada canilla de bronce conectada a una manguera sobre una rosca construida íntegramente de madera, en lo que era un precario sistema de humectado del grano. Bajo la tolva central un embudo de chapa oficia de alimentador de las piedras del molino, es aquí donde observo otra diferencia significativa con los molinos anteriores: Las piedras son de gran tamaño, de alrededor de un metro veinte de diámetro y una altura o espesor del orden de veinticinco centímetros, su identificación: «Volandera» la móvil y «Durmiente» la fija, observo que no están conformadas un una sola y monolítica pieza, sino que son varios sectores perfectamente preformados o tallados, distribuidos, cuan «rompecabezas», según su forma dentro de un «zuncho» metálico que las contiene y están unidas entre si y a la parte interna del «zuncho» con un mortero de yeso, aquí entro a suponer que todo ésta «tecnología», no es producto de los conocimientos vernáculos sobre la molineria de aquel entonces, es evidente que esto ha llegado de la por entonces mas desarrollada Europa. Si efectivamente, toda la construcción y montaje del «Molino Garcia», estuvo a cargo de un «molinero» ingles, que incluso fue luego el encargado de su manejo y conducción, contando incluso con una vivienda contigua donde se alojaba con su familia, imagino, mientras observo las instalaciones, que quizás lo primero que pusieron en marcha previo a la construcción del molino haya sido un aserradero para producir la gran cantidad de madera, (Algarrobo), necesaria para la construcción de pisos, tolvas, elevadores, roscas transportadoras, rueda hidráulica y demás elementos que componen la instalacion. Capítulo aparte merece la forma en que se proveían las piedras: Las mismas llegaban en trozos individuales, en barco desde Europa y eran descargadas en Chile sobre el Pacifico, de allí cruzaban la cordillera a lomo de mula y luego eran ensambladas en el lugar, siempre había dos o tres de repuesto y un guinche o pluma junto al molino para su reemplazo, dado que periódicamente había que reemplazarlas para re-tallar sus estrías a buril y martillo.

Luego de la etapa de molienda el producto era colectado en una canaleta o bandeja que alimentaba una rosca transportadora con eje y paletas de madera, estas, con forma de sectores o cuñas, engarzadas en forma de espiral sobre el árbol central de prominente diámetro, de allí se alimentaba una noria que era la encargada de entregar la molienda en el cernidor centrifugo, este ultimo entelado para separar tres productos por cernido, (harina, harinilla, semita o afrechillo fino), y una cola consistente en afrecho.

Luego de maravillarme con todo lo observado en el interior del molino me corro hacia uno de los laterales y observo absorto la fuente de energía que lo accionaba, un canal de unos sesenta centímetros de ancho cavado en la tierra, con bastante pendiente, que termina en una canaleta de madera con una compuerta tipo guillotina para regular el caudal y allí esta majestuosa la rueda con sus alabes perfectamente distribuidos en su diámetro con ángulo de incidencia perfecto, con todos los refuerzos, tensores y placas que mantienen unidas sus partes constitutivas, como ya dijera en estos molinos el eje de la rueda que acciona todas las transmisiones del molino está ubicado en forma horizontal al igual que estas, a excepción del mando de la piedra «volandera», que se ubica vertical, a noventa grados respecto de los restantes, el que es accionado por una segunda rueda, (conocida en la zona como «rodete» o «rodeno») , accionada por otro canal o bifurcación del curso de agua, paralelo al anterior.

Según crónicas de la época la concurrencia de carros y chatas llevando trigo al molino era tan importante que hacía que estos debieran esperar largas horas y a veces días para regresar a sus chacras con los productos resultantes, para ello contaba con un amplio predio o «patio de carros», donde los mismos se estacionaban y hasta supo haber un servicio de comidas, fonda o pulpería para atender las necesidades de los clientes en espera.

La emprendedora familia Garcia no se conformó solo con el molino, sino que adicionó al mismo con el tiempo, una fábrica de fideos y también explotaban una bodega alimentada con los frutos de las vides cultivadas en el valle.
Cual era la tarifa que el molino cobraba a los productores por la molienda, pues simplemente se quedaba con la quinta parte, (veinte por ciento), del trigo que los mismos entregaban. Para las transacciones y control carecían de balanzas, se utilizaba un recipiente tipo «batea» con manijas cuyo volumen representaba «Una Fanega», medida de volumen de origen español, variable según la región, (en Castilla, por ejemplo, equivale 55,5 litros), aunque aquí, en América, derivó con el tiempo una medida de capacidad estimada en 100 kilogramos.

Según cuentan los lugareños el «Molinero inglés», nunca se adaptó al medio y pasados unos años, luego de la construcción y puesta en marcha del molino, volvió a su país de origen.

Finalizada la visita al «Molino del Alto», ya avanzada la mañana desandamos el camino recorrido y en el cruce con la asfaltada calle principal tomamos el camino hacia la derecha, luego de recorrer mas de dos kilómetros un pequeño cartel indica que girando unos cien metros a la derecha al final del sendero se encuentra el «Molino de Reyes», erigido sobre una estructura mucho mas pequeña que la anterior, dentro de una edificación de adobe con techo a «dos aguas», se halla la instalacion, simple y austera, sobre el descascarado frente se puede leer un cartel de letras rojas con el nombre del molino, el encargado del lugar,(un lugareño entrado en años, que supo trabajar en el molino cuando estaba en plena actividad), se lamenta no poderlo poner en marcha debido a que están realizando la limpieza del canal alimentador, solícitamente explica las bondades del molino, la utilización del agua en el accionamiento del molino y su posterior uso en el riego de los cultivos, «esto es muy barato, manifiesta, la energía es gratis», nos cuenta que periódicamente hacen moliendas para obtener harinas demandadas por los artesanos de la zona para recrear tradicionales recetas regionales.

Confirmando la importancia que otrora tuvo la molineria en la zona del valle de Jáchal, la crónica de un diplomático británico, destinado a Buenos Aires entre los años 1824 y 1832, comenta que ante una importante escasez de trigo en la zona pampeana las necesidades de harina fueron cubiertas por la produccion de trigo de la zona de San Juan, lo que marca su importancia, por entonces, tanto del cultivo como la industrialización del trigo en la zona a pesar de que hoy este prácticamente extinguido.

Los molinos en el valle de Jáchal funcionaron hasta la década del sesenta, poco a poco la llegada de harinas más blancas y refinadas, que arribaban a la zona por ferrocarril, fueron desplazando a las logradas en la zona con tecnología primitiva, aun así y por suerte se mantienen de pie, erguidos y majestuosos, como testigos vivientes de una época de tesón, crecimiento y sacrificio de los pobladores de esta zona cuyana.

Hasta la próxima Historia…., cercana en tiempo y distancia…, en Huaco,… a solo a 40 km.
Carlos Alberto Berrueta

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