Juan y Carlos Berrueta

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Mi pasión por el rally me ha llevado a pasar varios inicios de año recorriendo largas distancias, para lograr una buena ubicación a la vera de algún camino desconocido y poco transitado para ver pasar el Dakar, que desde el 2009 nos deleita con su presencia en continente americano. Así, el caluroso 4 de enero de 2010 nos encuentra, con mi familia, alojados en Chilecito, aprestándonos para arrancar de madrugada hacia Fiambalá para ver una de las mejores etapas por el lecho polvoriento del río, de allí, al otro día el Dakar sigue su marcha a Chile a través del Paso San Francisco y nosotros nos aprestamos a planificar nuestra estadía en suelo riojano, hasta el regreso de la competencia a suelo argentino. Ese deambular devorando paisajes e históricos parajes nos llevó a Famatina, lugar cargado de historia minera con la emblemática ”Mina La Mejicana”, que hoy vuelve al tapete con la controvertida “megaminería “ tan cuestionada y con justicia resistida por los lugareños, que ven peligrar un recurso tan preciado como el agua, recurso irremplazable para sus viñedos, cultivos agrícolas y ganado. Así en la plaza de Famatina, dónde además de la Terminal de Ómnibus funciona la Dirección de Turismo, veo entre otros avisos de atractivos turísticos, uno que concita toda mi atención “Visite el Molino de don Juan Nievas en Campanas”(1).

Inmediatamente pregunto a la señorita de la oficina de turismo como puedo ir a conocer el molino, a lo cual me contesta que la localidad de Campanas dista aproximadamente 35 km de Famatina y que dada la hora de la tarde no es conveniente ir ese día, por lo cual planificamos la visita para la mañana del día siguiente, en síntesis, al otro día, bien temprano emprendimos el viaje, a media mañana estábamos en el pueblo de Campanas. Preguntando a los vecinos pudimos llegar hasta el Molino, ubicado en una finca en las afueras del poblado, entre parrales y añosos nogales llegamos a la edificación de lo que presumo debe ser el molino, pasando previamente por un taller, bajo un tinglado y un aserradero artesanal movido por una rueda hidráulica, en el que la estructura de la sierra sin-fin es íntegramente construida en madera de algarrobo, lamentablemente la vivienda y lo que parece ser el local del molino están con las puertas cerradas con candados, lo que indica la ausencia de moradores en el lugar, sin desmoralizarnos volvemos al centro de Campanas y junto a la capilla en la plaza principal vemos un lugar que suponemos debe ser el museo, ya que en el exterior pueden verse, entre otros elementos dos piedras de molino allí nos informan que Don Juan debe andar por el pueblo, quizás en el banco dónde cobra su pensión. La encargada del museo solícitamente se ofrece a acompañarnos a la finca y esperar a que regrese Don Juan, a poco de llegar aparece este legendario personaje, con sus 84 años y andar pausado, ayudado por una muleta, por un problema de cadera ocasionado por la caída de un caballo. No puedo negar que en ese momento siento una mezcla de emoción, admiración y respeto que me producen un nudo en la garganta y alguna lágrima indiscreta se desliza por las mejillas, las preguntas salen de mi boca como un torrente a lo cual Don Juan con esa pausa y ritmo propio del provinciano curtido por los años va respondiendo con una claridad magistral, demostrando su talento, su tesón y su perseverancia, va desgranando su historia, historia que se vivió marcada por la pobreza económica, pero que se realza con la experiencia que le ayudó a comprender con el transcurrir de los años, que la verdadera riqueza es la que se encuentran en las cuestiones más simples y en las que el esfuerzo y el trabajo forman parte de valores fundamentales para sentirse y vivir bien.

Allá por 1927 nací en este pueblo, nos dice con esa expresión de alegría de los que no se apuran, porque tiene la paz de los que saben la eternidad. Mi vida ha sido medio crítica, en esos años de pobreza en los que nos han criado, fui hijo de doña Avelina Nievas y ella me crió pobremente, hasta poca escuela me ha dado por las necesidades que había de ir a trabajar, para ganarse el pan de cada día…

De allí tomé el camino de salir a buscar trabajo; me fui al norte a pelar caña. Anduve 8 años en Tucumán, después me fui a Copacabana a trabajar en una despensa y luego en un canal que se hacía desde Villa San Roque hasta Tinogasta. Allí tuve la suerte de juntarme con don Esteban Neves, era un gringo trabajador que me enseñó a trabajar la piedra tallada y en herrería, carpintería, algo de mecánica, relojería… y muchas cosas podría haber aprendido, pero por ahí en la juventud tenemos la “época del pavo”, en que no queremos nada; nos gusta más la vagancia y culpa de eso no perfeccioné bien en muchas otras cosas que él sabía.

Después me fui a hacer el servicio militar y tomé otros rumbos… así me he criado sufriendo, parece que así será hasta los últimos años de mi vida en que tendré que trabajar; ya la edad me está avanzando… pero yo digo una cosa:

“El árbol muere parado, igual ha de ser mi vida, que lo sea así”.

En aquellos tiempos —continúa Don Juan— la gente era guapa, la mujer como el hombre sembraban mucho. Ellas trabajaban las telas, hacían peleros, puyos, sobrecamas. Estaba el molino de Don Antonio Moreno, Roque Cimino y Doña Rosa Sarmiento, después lo cuidó mi madrina, Doña Higinia Moreno, que fue dueña de una parte que le dejó su padre, Don Antonio, allí pase algún tiempo trabajando, pero pasaron los años y se deshizo todo, no quedó nada. Yo pensaba conseguir este terreno para hacerlo de nuevo al molino, con el interés que tenga el pueblo un lugar donde trabajar. En una de esas, volvía la juventud a sembrar, a hacer lo que hacían los viejos de antes: harina, semilla, la segundilla, (harinilla) y el afrecho para mantener chanchos, gallinas y perros. Venían de El Salado, Copacabana, Angulos, Santa Cruz, Pituil, dolía estar lleno de trigo y se molía día y noche en esos años.

Cuando regresé aquí busque un lugar que me agradara y permitiera cumplir mi sueño de construir un molino como el de Copacabana, despacito he ido haciendo las cosas, me llevó más de un año juntar cosa por cosa, sólo me las ingeniaba y hasta hoy no está terminado. Construí hasta el cernidor, el mayor apoyo lo encontré en alguna gente de mayor edad, que me han animado. Otros lo desaniman a uno; dicen: “este está loco, ¿qué va a hacer con eso?” Y piensan que no soy capaz de hacerlo, pero ya está terminado, no con poco esfuerzo, si la municipalidad me da una mano, quedará perfecto y como un recuerdo para que Campanas lo mantenga y lo cuide, si ven que les hace falta y si no, que lo dejen que se caiga.

El molino —se entusiasma Don Juan— está compuesto por ciertas partes movidas por el agua, las partes de abajo, donde pega el agua para mover la piedra, es una rueda con palas de forma especial construida en madera de algarrobo, (llamada rodete) desde allí sale un hierro con unas cruces para arriba, que es donde está ubicada la “piedra moledora” que gira de encima de la fija. A esa piedra la llamaban antes “la pala i`fierro”. En el agujero de la piedra fija, (por dónde pasa el eje de mando de la móvil) va metida una madera de higuera que se pone como corcho y lo oprime al fierro y no deja ninguna filtración de trigo, porque esta madera se hincha y se ajusta más, (la madera hace a la vez de buje y retén para impedir la filtración de granos hacia abajo) allí, al centro cae el trigo desde la tolva. Ante la obligada pregunta de cuanto había sido el tiempo que le demandó la ejecución de tan magnífica obra, Don Juan responde que de trabajo duro le llevó más de dos años, y que el mayor tiempo fue el que le demandó el tallado de las piedras;(de aquel cerro moro, indica señalando hacia su izquierda), aclarando que talló dos juegos, uno para instalar en el molino y otro como repuesto, todo lo que usted ve aquí lo construí yo con mis propias manos.

Quisiera decirle a la juventud, reflexiona, que tomen ejemplos de los viejos, que recuerden cómo trabajaba esa gente. Antes, la vida era más crítica, porque no había adelantos como ahora, no había ayuda, ahora es más fácil, pero los viejos se sacrificaban, trabajaban. Quiero pedirle a la juventud que siembre, que vuelvan a los años de antes. En muchas ocasiones sufren de flojos, es una vergüenza que haya tierra y agua abandonada, que no se la trabaje habiendo hombres sobre la tierra, hay que volver a ser guapos, hay que sacrificarse en esta vida, sin sacrificio nada viene.

Los minutos que paso junto a Don Juan saben a gloria, voy de un lado a otro hurgando en todos los rincones, desde variar el ajuste de las piedras ayudado con una llave ajustable, ver el diseño de la tolva y su sistema de descarga producido por una clavija que va moviéndose con movimiento vibratorio por efecto de su contacto sobre la rugosidad de la piedra moledora, a inspeccionar las telas del cernidor magistralmente construido, entelado con telas metálicas montadas a la perfección, la calidad de la harina obtenida, que observo en una bolsa que contiene restos de la última molienda. Dan ganas de permanecer indefinidamente en el lugar observando el molino y escuchando las reflexiones y experiencias de Don Juan, pero todo tiene un límite, por lo que luego de un sincero agradecimiento y un fuerte apretón de manos nos encaminamos hacia el exterior de la finca acompañados solícitamente por el dueño de casa, al bordear un pasillo junto a los viñedos veo varias piedras acondicionadas en lo que parece ser un lugar de trabajo, mi curiosidad puede más que la discreción, por lo que le digo a don Juan “Por lo que veo todavía sigue trabajando”, a lo que me contesta:

“No, ya no, ese es mi último trabajo, son las lajas y lápida para mi tumba”

Me voy ensimismado en mis pensamientos pensando ¿Cuantos Don Juan ignorados habrá en nuestra bendita Argentina haciendo Patria desde lejanos parajes, con sacrificio, carencias y espíritu de entrega?, y ¿Cuantos harán falta? con ese coraje, ese temple y honestidad en nuestra clase dirigente, para forjar ese país que sin dudas soñó Don Juan en su juventud, y soñaron nuestros patriotas y nuestros abuelos. Así absorto y encerrado en mi interior, emprendemos el regreso hacia el pueblo, la directora del museo rompe el silencio y me trae de nuevo a la realidad cuando dice: Como Don Juan estaba solo y ya es muy “viejito”, la municipalidad le ha otorgado una pensión y le paga por mostrar su obra al turismo mientras vive en su hábitat y hemos acordado , que luego, cuando él ya no esté, el molino se mantendrá tal como ahora y pasará como museo a la esfera municipal, si bien don Juan siempre vivió solo y no sabíamos que tuviese familia, al hacerse pública esta decisión han aparecido varios “sobrinos” pretendiendo heredar la finca y el molino. Vuelvo a repetir para mis adentros con un nostálgico dejo de tristeza:

“Cuantos hombres como don Juan hacen falta para hacer grande nuestro bendito país”.

Inmediatamente reflexiono y pienso para mis adentros:

”En el balance de nuestros días faltan don Juanes y sobran sobrinos”.

Carlos Alberto Berrueta.

(1)Campanas es una localidad del Dto. Famatina en el norte de La Rioja. Ubicada a la altura del Km 62 de la ruta Nac. N° 78 y a 85 Km de la ciudad de Chilecito. Cuenta con una población de alrededor de 1000 Habitantes, dedicados fundamentalmente a la explotación de la nuez, posee antiguas edificaciones que datan del Siglo XVII.

El Molino de Don Juan puede visitarse durante todo el año, el departamento no tiene aún un cuerpo de guías formalmente constituido, aunque hay algunas personas con cierto grado de formación y experiencia, que trabaja informalmente como tales. La Dirección de Turismo municipal se encuentra diseñando circuitos y programas turísticos para su posterior comercialización.

Para más información pueden consultar la página de la Secretaría de Turismo de La Rioja: http://www.facebook.com/turismolarioja

 

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