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Continuando con esta serie de vivencias que trato de volcar anecdóticamente en las páginas de Periódico Los Molinos, hoy quisiera rendir un sencillo, pero sentido homenaje a todos aquellos que, desde el silencio de sus puestos de trabajo, con esa sagacidad e intuición y el haber tenido que transitar por una vida plagada de privaciones y obstáculos, solucionaban problemas con muy pocos conocimientos teóricos, pero con un poder de improvisación envidiable, logrando maravillas con los pocos elementos técnicos con que contaban.

Si bien en mi paso por distintos molinos me tocó vivir circunstancias que ponían a prueba la imaginación, el tesón y el ingenio, creo que las primeras vivencias en ese aspecto las comencé a descubrir en mi niñez con los logros de personas muy cercanas al seno familiar, que generaban esa sensación de admiración que dejan indelebles marcas en la formación de la persona. En esas circunstancias creo que cobra singular importancia la figura de mi padre, que lograba verdaderas proezas con escasos elementos, por ejemplo, el haber confeccionado las llaves para todas las cerraduras de las puertas de una casa a la que habíamos ido a vivir en el año 1953, teniendo como herramientas un martillo, un corta hierros y una lima triángulo que tenía un marlo por mango. En menos de 15 días, previo el desarme de la cerraduras para poder saber la forma que debía darle al elemento, todas las puertas se cerraban con llave. Habiendo trabajado durante las noches apoyando la pieza en la pata de una silla para poder darle forma ( ya que la morsa fue una herramienta de lujo con la que contamos varios años después), bajo la escasa luz de una lámpara a querosene y luego de haber soportado el duro trabajo de 8 ó 9 horas en el campo (todavía hoy, luego de 60 años, las conservamos como un homenaje a la perseverancia y el esfuerzo). O bien confeccionar íntegramente el material necesario para iniciarse en la explotación apícola a partir de esqueletos y cajones de bebida que don Agustín le reservaba en el almacén del pueblo; como también un día, lo vi cortando y seleccionando ramas de mimbre junto al desagüe de la bomba y al preguntarle que estaba por hacer, me respondió: Voy a hacer un canasto para juntar el maíz y una canasta para la fruta, y así simplemente y sin otro conocimiento en la materia que el haber visto la canasta que traía el “Turco” Emilio cundo venía a mi casa a comprar huevos, en el término de una semana contábamos con los dos elementos que facilitaban las tareas de la casa, con una presentación y terminación admirable, propia del mejor mimbrero del delta.

Otra de las personas que marcó hondo en mi formación generando ese respeto que producen aquellos que tienen un plus sobre la media normal de las personas que nos rodean, fue mi tío “Negro” (hermano de mi madre), quien tanto podía estar haciendo un par de estribos a partir de cuernos de un carnero, a los que qué había dejado en remojo durante días en el bebedero de los animales, para poder trabajarlos a cuchillo. Confeccionar una escoba con la paja del maíz de Guinea que sembraban en el campo. Realizar trabajos en “soga” (riendas, trenzas, rebenques, lazos, bozales), a partir de cueros que él mismo “sobaba” y cortaba, los que generaban la admiración de quienes los veían terminados, agregados al apero con que ensillaban el mejor caballo para la salida del domingo. O reemplazar la vieja y apolillada culata de la escopeta 16 del abuelo a partir de una raíz de nogal que solícitamente le había dado un vecino, como también unir una llanta de rueda del “sulky”, caldeando las puntas en la fragua con el carbón de piedra que juntábamos en las vías del cercano ferrocarril San Martín.

Sin dudas todos tenemos presente en nuestra memoria a alguno de estos “Artesanos de la Vida”, que nos marcaron para siempre y despertaron en nosotros, además de la admiración por sus logros, esa inquietud que nos llevaba a imitarlos y era así como desde pequeños comenzábamos a cortar maderas, clavar clavos, que con el tiempo redundaban en la confección de nuestros propios juguetes (Cupecitas de TC, tractores, cosechadoras), de los cuales, sin dudas he visto verdaderas obras de arte, que exponíamos orgullosos en los juegos del domingo en la casa de algún vecino. Esto trae a mí el recuerdo de dos grandes amigos de la infancia, Juan Carlos y Abel, hermanos ellos, uno fanático de Ford y de Chevrolet el otro, a la vuelta de los años verdaderos genios, constructores de réplicas y vehículos a escala, tienen en su haber la construcción de joyas mecánicas como son “La Galera de los Hnos. Emiliozzi”, por parte de Juan Carlos y una cupé Chevrolet que surgió a partir de una destartalada Chevrolet 39 que Abel encontró durante unas vacaciones en la provincia de San Luis.

Los recuerdos de la niñez, inmensamente feliz a pesar de la privaciones propias de la época y el medio en que crecí, hicieron que me extendiera demasiado en la introducción olvidando el tema de fondo que nos convoca, pero todo tiene alguna relación con lo que quiero contarles a continuación y es que ese ambiente en que se desarrolló mi niñez es lo que hace que tenga en mi escala de valores y en el ranking de los grandes logros a esos admirados personajes, que con su ingenio solucionaban problemas con una simpleza admirable, solo con la imaginación, el tesón y la templanza de quienes en la vida las cosas no le habían resultado fáciles.

Así vienen a mi mente aquellos carpinteros (de molinos tradicionales, en los que la madera era el material protagónico por excelencia), que si bien en sus inicios, fueron aprendices del anterior o provenían en muchos casos del plantel de Vías y Obras del vecino ferrocarril. Daba gusto verlos como con solamente un hilo ( desde la salida, en el techo de uno de los pisos, a la entrada , en una máquina o el suelo), el metro y la infaltable “falsa escuadra”, iban del molino a la carpintería y empezaban la obra, que luego se veía plasmada con el montaje del caño en su posición, con ajustes perfectos en su inicio y terminación, sus lados , fondo y tapa en falsa escuadra, íntegramente atornillados, su perfecta “U “ de hojalata por donde corría el producto y aquellas puertas de inspección rectangulares sujetas con una cadena fijada en un punto cercano al sitio de la misma, que siempre respondían a un diseño propio de quien la realizaba. Dentro de esas verdaderas obras de arte observadas en los molinos, nunca olvidaré el caño de alimentación del banco de Segunda Rotura en el molino 2 (tradicional) de Tres Arroyos. Era una pieza de una factura tal, que despertaba la admiración de quienes la contemplaban con detenimiento, se trataba de un tramo recto en forma de tronco de pirámide que en la zona media se bifurcaba en dos conductos de sección cuadrada con una delicada curvatura (asemejando el perfil de las caderas de una silueta femenina), alimentando ambas ramas o piernas dos puntos en el “domo” de madera de un banco de 1500mm. . Recuerdo que en un momento en que habíamos rasqueteado, lijado y barnizado todas las partes de madera del viejo molino, para su puesta en valor, esa pieza resaltaba por su forma y belleza y fue codiciada por varios funcionarios de la empresa, que viendo cercana la muerte del “viejo gigante”, la imaginaban como trofeo de colección en algún sitio del fogón de sus casas.

Los recuerdos me siguen transportando al querido Tres Arroyos, lugar al que llegué por primera vez en octubre de 1979. Para mí era toda una novedad encontrarme con una planta que prácticamente era movida en su totalidad por la energía mecánica (situación común de ese tiempo, dadas las limitaciones y el costo de la energía eléctrica en la época en que iniciaron las actividades esos establecimientos), todo a partir del servicio de un motor Sülzer de 1200 HP (Mod. 6 TF 36), motor marino, que por rara coincidencia era exactamente igual a los que posee nuestro buque escuela, la emblemática Fragata Libertad, hoy embargada en el puerto de Ghana. La realidad es que ese gran motor de 6 cilindros cobraba en la marcha de la planta una importancia primordial ya que cualquier desperfecto en él redundaba en soportar una parada de todo el sistema productivo; así sucedió un lunes, a mediados de 1982. En el arranque se detectó la fisura de una de las tapas de cilindros, como existían repuestos en el almacén, esta fue reemplazada y la puesta en marcha se hizo aunque con demoras. Al poco tiempo se detecta el mismo problema en otra tapa, y así sucesivamente. En primera instancia se agotó la existencia de repuestos, luego una empresa colega que poseía un motor igual nos facilitó una tapa de repuesto, pero el problema seguía implacablemente con igual desenlace para las tapas restantes, lo que evidenciaba que se había producido una negligencia en el manejo y control del sistema de refrigeración por descuido del “guarda-máquinas” de turno, quién juraba y re juraba que él había parado el motor en forma normal. Sintetizando la historia, otra tapa que quedaba por reemplazar ”dijo basta” el sábado de esa misma semana. Hasta allí, los intentos realizados para reparar las tapas dañadas habían sido inútiles, no porque no se hayan probado todas las alternativas y variantes de soldadura posibles sino porque ninguna dio resultado, en tal circunstancia no había alternativas a la vista, con el agravante que el domingo el molino debía marchar, por lo que ya en mi mente comenzaba a elaborar el argumento, nada fácil, para explicar la situación a mis superiores a primera hora del lunes. Así las cosas ya entrada la noche del sábado, cuando el “Tío” Julio, como apodábamos cariñosamente al Jefe de Mantenimiento, me dice: “Jefecito, acá lo que funcionaría es una soldadura en frío… ió me acuerdo que ahiá en Laguna Larga… (Lugar de nacimiento de Don Julio en Córdoba)… había un “gringo” que reparaba los blocks de los motores…”. Decir esto y empezar a trabajar en el tema fue una sola cosa, inmediatamente nos comunicamos con el jefe de redes de la Cooperativa Eléctrica, quien nos proporcionó varios metros de varilla de cobre de sección redonda de 10mm de diámetro y empezó la tarea de realizar una perforación en la tapa, roscar la misma con un “macho” de 3/8”, mientras en el torno se roscaba un pequeño “espárrago” de cobre que era ajustado en el agujero roscado en la tapa, inmediatamente otro orificio en la tapa que tomaba media sección del espárrago recién colocado y media de la fundición de la tapa. Así luego de varias horas de labor, ya de madrugada, con sueño y muchos mates de por medio, quedó conformada una “costura” de cobre que cerraba la fisura de unos 15 cm. de largo. Con un martillo “bolita” remachamos las salientes de los espárragos, para lograr un buen sellado y mediante una amoladora y tela esmeril se pulió la superficie y antes de las 3 de la mañana el viejo Sülzer reanudaba su marcha en forma normal. Recuerdo que al desactivar el viejo motor en enero de 1983, éste tenía colocadas dos tapas que habían sido reparadas con el método de Don Julio, y las mismas habían soportado el trabajo con total normalidad.

Es evidente que la situación extrema siempre agudiza el ingenio y genera en nosotros alguna alternativa posible para sortear el problema, más aún cuando se debe operar en sitios alejados dónde la disponibilidad de recursos técnicos no se halla al alcance de la mano, como sucede en los grandes conglomerados urbanos e industriales, de los cuales el hombre del interior tiene una gran dependencia, no siempre correspondida, situación suplida por el ingenio de aquellos seres anónimos y olvidados.

Un refrán muy argentino es el que dice “Dios está en todas partes, pero atiende en Buenos Aires”, a lo que debiéramos aclarar que ello es hasta las 6 de la tarde del viernes. Los que trabajábamos en el interior sabíamos que después de ese día y hora, la única alternativa posible era esperar hasta las 8,30 del lunes. Así las cosas hace muchos años, en un molino del interior en el que se estaba elaborando una partida de harina para exportación, todo venía marchando tal lo programado hasta que la máquina cosedora empezó a fallar y romper agujas. El problema fue más grave aún, cuando se percataron que la existencia de ese elemento en el depósito se había agotado y el sector Compras de Casa Central no había hecho efectivo el envío del pedido correspondiente, era viernes por la tarde y el embarque debía realizarse a más tardar el sábado, so pena de tener que pagar una importante multa y estadía del barco por incumplimiento de la fecha de carga, creo que es oportuno aclarar especialmente para los jóvenes, que en aquel tiempo, hace más de 50 años, las comunicaciones solo se realizaban telefónicamente, vía operadora y cuando la misma se producía sin demoras, casi siempre a primera hora de la mañana, era todo un acontecimiento (no existían tele- discado, el telex, el fax, internet, telefonía celular), por lo que todo indicaba que la exportación se cumplimentaría en la semana siguiente, o esas pocas bolsas que faltaba producir se embolsarían en otra planta. Allí, ante esa situación aflora el espíritu inquieto y sagaz de “Pancho”, dueño de una inteligencia singular; cuando salió para su casa llevaba en uno de sus bolsillos una aguja rota, luego del merecido descanso se dirigió al galpón- taller de su casa y dio comienzo a su obra: La de construir una precaria aguja a partir de un clavo acerado, que permitiera coser las pocas bolsas que faltaban para cumplimentar la partida, así llegó el sábado a su trabajo, ansioso por probar el adminículo que había construido la noche anterior y como no podía ser de otra manera, cuando a media mañana llegó el molinero, el embolsado y cosido de las bolsas de exportación estaba finiquitado. Habiendo tenido la dicha de conocer y admirar a “Pancho” no tengo ninguna duda que su magnífica y desinteresada actitud fue solo movida por tratar de medirse a sí mismo, de saber hasta dónde era capaz de llegar en su desafío, no lo movían en su proceder las felicitaciones y los plácemes de sus superiores, que quizás nunca llegaron, era solo por un alto sentido de responsabilidad y esa inmensa satisfacción del deber cumplido con la entereza y la humildad de un Grande.

Tengo el convencimiento que a cada lector, estas líneas le traerán recuerdos de muchos personajes y situaciones similares, que tienen un sitial destacado por sus logros en la memoria de cada uno. Si las mismas han producido ese efecto, les digo que esa pretendió ser la intención, por lo que el homenaje que quería brindar a esos seres anónimos y fuera de lo común ha sido logrado con la colaboración y el recuerdo hacia ellos de parte de cada uno de ustedes.

Hasta la próxima historia.

Carlos Alberto Berrueta

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